Terminamos nuestra serie de entrevistas a ganadores de premios técnicos en los Goya 2021 con este artículo. Además del galardón de Mejor Sonido, el otro reconocimiento técnico que se llevó Adú entre sus cuatro estatuillas fue Mejor Dirección de Producción para Luis Fernández Lago y Ana Parra. Por Carlos Aguilar Sambricio
Para Ana Parra era la primera nominación a los Goya pero Luis Fernández Lago era veterano en estas lides. Es su primera victoria tras cuatro nominaciones por Campeones, Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, Un día perfecto y Oro.

Esta producción de 5 millones de euros se grabó fundamentalmente en Benín pero también en Marruecos, Melilla, Murcia y Madrid. No es habitual que en una producción española haya dos directores de producción pero el proyecto entrañaba gran complejidad. «Fue necesario trabajar con doble cabeza porque la preparación, y también el rodaje, nos obligaban a separarnos en distintos lugares, con distinta zona horaria, y siempre hace falta una persona de referencia en el lugar indicado para tomar decisiones en los diferentes frentes de la preproducción», declaran Fernández Lago y Parra.
Adú es la primera que se rueda en Benín y fue una auténtica aventura aunque encontraron buena predisposición. «La gente en África, en general, es muy amable y es muy fácil encontrar colaboradores en cada lugar. Es cierto que hemos rodado en lugares realmente difíciles, como en Ganvié, esa pequeña Venecia Beninesa, donde no resultó nada fácil además hacer un efecto lluvia sobre las canoas y las casas de la gente local», indican.
Según relatan, hubo una respuesta «súper entusiasta» de las autoridades locales: «Nos vimos en varias ocasiones con el ministro de Cultura gracias a Bella Agoussou, actriz beninesa amiga que vive en Barcelona». El ministro estaba ilusionado con el proyecto y ese compromiso derivó en que les prestaron siempre la colaboración que requerían. «Eso sí, a un ritmo que no siempre era el que necesitábamos, pero al final siempre tuvimos todo lo que necesitamos», añaden.
Como apoyo allí, colaboraron con una pequeña empresa productora de Benín. «Se trataba de una productora humilde, con pocos medios materiales y dedicada principalmente a gestión cultural y a grabar algunas piezas televisivas. Ellos contaban con personal freelance que tenía alguna experiencia en rodajes en Francia, en Ghana o en Nigeria, y fuimos recopilando gente con algún tipo de experiencia, llevando buena parte de nuestro equipo español y contratando algunos materiales en Nigeria, que es el país más cercano con industria de rodaje», explican.
El choque cultural fue de velocidad de respuesta puesto que «nuestro ritmo de trabajo es francamente muy diferente al ritmo africano«. No obstante, de no haber tenido un equipo de rodaje, técnico y artístico, tan implicado, «todo hubiera resultado mucho más difícil por las carencias del lugar».
Los directores de producción califican como verdaderamente «difícil» la tarea de gestionar alojamientos, transportes y comidas en un sitio como Benín, que ni siquiera está preparado para el turismo: «En algunos de los lugares donde rodábamos no existen esos servicios. Y donde los hay, no reúnen condiciones a las que estamos acostumbrados en Europa. Pero gracias al gran trabajo previo de Sergio Gil, nuestro jefe de producción, conseguimos diseñar y montar camiones, buses de camerinos o de maquillaje con espejos ad hoc para la ocasión como los que estamos acostumbrados a trabajar. Igualmente conseguimos también una empresa que nos preparó un catering que cada día era lo mejor del rodaje».

El rodaje en Murcia también fue relevante para «recrear parte del recorrido sahariano» y el rodaje fue «mucho más complejo» que por ejemplo en Melilla o Madrid. La parte de Melilla se hizo en dos visitas con equipo muy reducido porque «era un rodaje más documental».
Como escenas más complicadas, Fernández Lago y Parra mencionan varias: la secuencia de Massar haciendo malabares recreando un mundo mauritano en una plaza de Benin, con coches, mucha figuración y animales; la secuencia de la lluvia de noche en Ganvié haciendo lluvia artificial y tratando de controlar, con pocos medios humanos, el tráfico de canoas reales en la zona y con una población poco acostumbrada a que se instale en su espacio modificando por un momento el tráfico y la vida del lugar; las secuencias del monte Gurugú rodadas en un pinar alrededor de Madrid con mucho frío, viento y muchos figurantes también… Pero se quedan con la secuencia del salto de inmigrantes en la valla de Melilla.

«La valla la construyó nuestro maravilloso equipo de Arte en una carretera semiabandonada de Vallecas y significó varias duras noches de rodaje con los especialistas subidos a una valla de 4 metros y que además requirió un trabajo digital posterior que hubo que diseñar con mimo previamente», apuntan.