Por Andrea Rodríguez.
La Inteligencia Artificial se ha colado silenciosamente en la sociedad, convirtiéndose en la herramienta primordial para obtener información sobre cualquier cuestión. Las búsquedas en Google han sido reemplazadas por preguntas inocuas a ChatGPT de OpenAI u órdenes que cumple imperfectamente.
La línea ha sido cruzada. Hace un par de años la IA era un concepto futurístico e incluso distópico, ahora, se ha normalizado hablar con ella como si se tratara de un genio con una lámpara que en vez de conceder tres deseos, ofrece miles de posibilidades para cualquier capricho.
Aquellas imperfecciones que producían frustración y provocaban que las personas buscaran la información por sus propios medios para poder redactar textos han sido dejadas atrás. ChatGPT ha reemplazado la creatividad y el interés humano, reproduciendo textos cada vez con menos rastros de que una máquina los ha realizado. El contenido ha pasado de reflejar la naturaleza humana en todos sus sentidos a ser una copia fría que quiere pero no puede alcanzarla. ¿Para qué molestarse en imaginar, practicar e intentar crear algo nuevo cuándo está a disposición algo que lo elabora rápida y eficazmente? Un sistema de códigos binarios que recicla millones de datos en la web, con sus peculiaridades semánticas, de significado y contextuales, para reproducir obras sin autorización.
La expectativa creada por la publicación de un libro o los sentimientos encontrados por un final agridulce cesan de existir cuando la IA con un simple output desarrolla el texto que convenga. Una herramienta de doble filo, pues cualquiera de estas aplicaciones puede imitar los escritos de autores como George R. R. Martin o Sylvia Plath, sin consecuencia alguna por estar robando contenidos editoriales que están bajo el manto legal de los Derechos de Autor. El informe de CEDRO detalla la gran batalla entre la Inteligencia Artificial, que ingiere contenido a una velocidad inimaginable, y las leyes cuya función es proteger a los autores y sus creaciones. Se debe destacar que cada fase del proceso de reproducción de las IA, involucra no solo acceder a ideas, sino que también copiar de forma literal el contenido protegido por ley de las obras.
Los derechos de autor permiten el acceso y uso de las obras de forma legítima en el artículo 4 de la Directiva 2019/790 según qué fines, sin embargo, es necesario contar con permiso previo. ¿A quién se puede señalar como culpable de evadir las barreras de protección si es la IA, una máquina, la que se encarga de desarrollar y reproducir contenido basado en obras? Estas lagunas legales y la carencia de regulación sobre las infracciones contra los derechos de autor benefician con creces a los dueños de estas plataformas, que hacen de un negocio el canibalizar tanto las obras como el proceso creativo de sus respectivos autores.
La era distópica en que los desarrolladores campan a sus anchas ha llegado. A la sociedad le urge ética y moralmente frenar el robo de obras escritas, musicales o audiovisuales mediante una regulación firme del acceso de la Inteligencia Artificial y penalizar el incumplimiento de los derechos de autor.